Diego Arias-la U FM (Univalle Stereo)eo.
Hace muchos años, en el contexto de la búsqueda de la unidad de las guerrillas en Colombia, tuve la excepcional oportunidad de compartir durante varios meses con un grupo muy selecto de miembros del ELN y otras guerrillas. Eran los tiempos de la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG). Ocurrió en un campamento en el oriente del país, en una amplia zona bajo un histórico control de los elenos.
Los detalles sobran, pero baste decir que de esa experiencia confirmé que el ELN era una guerrilla muy especial: disciplinados, bien formados política e ideológicamente y con un sentido de humanidad proveniente, entre otras fuentes, de sus orígenes cristianos y el ideario de la Teología de la Liberación. Así que la condición de militante en esa guerrilla se traducía en una forma de ser y actuar, casi religiosa, en lo que lo militar no era exactamente lo más importante.
Por entonces la aspiración era llegar al poder y producir las transformaciones que Colombia ha reclamado durante mucho tiempo. En esencia, discrepábamos del ELN y de otras guerrillas en relación con sus apuestas por el socialismo, fundado en la tesis marxista-leninista, y el de una democracia ancha y profunda, construida de abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera y sustentada en el ideal bolivariano, que era nuestra aspiración en el M19.
No obstante, estos son ya otros tiempos y el mundo y Colombia han cambiado…y de qué manera. Y en esa nueva realidad, por compleja y desafiante que sea, no hay ya lugar para la violencia como instrumento de cambio, ni razones políticas o ideológicas para justificarla. Mantenerse en armas no es ya algo heroico ni digno de imitar. Después de 60 años de lucha podría decirse, para el caso del ELN, que el solo hecho de existir como guerrilla habla de una gesta épica; pero también, luego de tantos años de violencia y destrucción, sin poder lograr la “revolución”, podría hablarse de una causa fracasada.
Yo creo que no se trata ni de lo uno ni de lo otro, pero si de una coyuntura histórica (la última, quizás) en dónde esa guerrilla deberá decidir el lugar que quiere ocupar en la historia. Esta paz con el ELN es difícil (quien lo niega) pero no es imposible. Requiere, no obstante, ser transformadora pero afirmarse también en un principio de realidad. La buena voluntad de este gobierno (que es alternativo, así esa guerrilla muchas veces lo desprecie) no puede ser llevada al límite por apuestas políticas y militares muchas veces arriesgadas de esa guerrilla.
Con el cese al fuego pactado (nacional, bilateral y temporal) el gobierno y el ELN renuncia a imponer militarmente condiciones a la negociación. Es una apuesta para muchos llena de incertidumbres, pero que salva vidas. Y crea mejores condiciones para un punto decisivo de la agenda acordada: la participación de la sociedad civil ¡
Para el ELN pactar la paz y empujar en democracia los cambios que requiere este país, constituyen el acto más político, coherente, revolucionario (cristiano incluso) y definitivo de todos.
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