Por José Luis Aristizabal
Los debates son una parte importante en las contiendas electorales, nos permite encontrar cualidades y competencias entre los candidatos que normalmente no vemos en sus discursos y en la pauta que preparan con bastante antelación para intentar cautivar, es entonces una herramienta que brinda elementos a los electores y permite a los candidatos confrontar a sus compañeros en la disputa por el cargo a elegir.
Pero los debates nos presentan desafíos complejos, evitar la desnaturalización del debate debido a la libertad de cada campaña que puede aprovechar la oportunidad para dar a conocer a profundidad sus propuestas o a pueden atacar a quienes consideran es una amenaza para sus aspiraciones personales, infortunadamente el segundo aspecto suele ser el más representativo.
En estas actividades se cae en lugares comunes y ataques permanentes, las propuestas suelen tener poco contenido sobre las formas de materializarlas, vamos a acabar la corrupción, vamos a atacar la inseguridad, incluso a segunda vuelta presidencial llegaron dos ideas geniales, que todos conozcan el mar proponía un candidato y otro propuso un tren aéreo que une dos puertos y pasa sobre el tapón del Darién; las formas de hacerlo parece no importar, la viabilidad menos y si preguntas por los recursos aparece la vieja confiable, sin corrupción alcanza.
En muchos casos el que gana el debate pierde las elecciones, pues si bien nuestro voto es programático, la forma de ejercer ese derecho dista mucho de serlo, votamos por un candidato, porque me llega con su mensaje, por insistencia en su aspiración, porque me identifico con él o ella, por afinidad política o religiosa, incluso por la étnica y territorial; pero en el ejercicio propio del debate, el orden discursivo analizado desde Foucault deja mucho que desear, por no ser cruel y decir que dejaría en depresión al mismo Michel.
Las narrativas no son coherentes en gran parte, siempre se habla de una lucha contra la corrupción, pero nada más corrupto que aspirar a un cargo sin tener las competencias, el conocimiento ni la experiencia para direccionar las políticas que afectarán las vidas de millones de personas, estar bien rodeado es fundamental, pero los académicos parecen no ser escuchados por los todo sapientes candidatos que deciden omitir las recomendaciones. En definitiva, las campañas no se toman en serio los debates conscientes de que el voto es más un ejercicio emocional que reflexivo y que normalmente pierden más de lo que ganan en cada uno de ellos.